Según BCG, los flujos de inversión extranjera directa verde han aumentado significativamente en los últimos años, convirtiéndose en la categoría de IED más grande. En este contexto, Chile se posiciona como un país pionero.
Chile se ha destacado en los últimos años como un mercado emergente altamente atractivo para la inversión extranjera, gracias a su estabilidad económica, seguridad jurídica y apertura comercial. Sin embargo, más allá de su atractivo como destino de inversión, el país sudamericano se ha propuesto un ambicioso objetivo: liderar la transición hacia una matriz productiva más ecológica y sustentable.
Este objetivo es especialmente relevante en un contexto global donde la lucha contra el cambio climático se ha convertido en una prioridad urgente para la mayoría de los países. Como señala el artículo elaborado por el Boston Consulting Group (BCG), "la COP27 destacó las complejidades de movilizar los billones de dólares necesarios para la adaptación y mitigación del cambio climático en los países en desarrollo, que han contribuido menos al calentamiento global, pero son los que más sufren sus consecuencias".
En este sentido, Chile ha demostrado su compromiso con la lucha contra el cambio climático, siendo uno de los primeros países en establecer una meta de neutralidad de emisiones de carbono para el año 2050. Además, ha desarrollado una serie de políticas públicas para fomentar la inversión en tecnologías limpias y promover la eficiencia energética en los sectores productivos.
Para alcanzar estos objetivos, Chile necesita de la inversión extranjera, especialmente en los sectores relacionados con el cambio climático, conocidos como "IED verde". Este tipo de inversión incluye proyectos en sectores como la agricultura, la energía renovable, la infraestructura y los servicios ambientales.
Según el informe de BCG, los flujos de inversión en IED verde han aumentado significativamente en los últimos años, convirtiéndose en la categoría de inversión extranjera directa más grande. A pesar de ello, los países en desarrollo, incluyendo a Chile, aún enfrentan dificultades para atraer este tipo de inversión, lo que representa un desafío para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible.
Para mejorar esta situación, es necesario que los países emergentes cuenten con políticas públicas y regulatorias que fomenten la inversión en proyectos ecológicos, y que se establezcan mecanismos de colaboración entre los distintos actores, incluyendo a las instituciones financieras internacionales, el sector privado y la sociedad civil.
El compromiso de Chile con la transición hacia una economía más ecológica no solo beneficia al medio ambiente, sino que también representa una oportunidad para la economía del país. La inversión en tecnologías limpias y eficiencia energética puede generar empleos y mejorar la competitividad de los sectores productivos, a la vez que contribuye a la lucha contra el cambio climático.
“Chile se ubica en los primeros lugares de la mayoría de nuestras medidas de IED verde”, destaca BCG. Con flujos de inversión por US$17,4 mil millones en los últimos cinco años, se encuentra en cuarto lugar en la lista de países en desarrollo con mayores flujos de inversión verde durante ese período, por delante de economías mucho más grandes, como Indonesia e India.
Estos flujos han ayudado a impulsar la transformación del sector energético de Chile. En 2022, el país generó por primera vez más electricidad con energía solar y eólica (29%) que con carbón (27%). Este crecimiento ha sido espectacular: en 2016, el porcentaje de energías renovables era tan solo del 6,6%.
Chile sembró la semilla de estos cambios en la década del 2000. La economía dependía en gran medida de la energía importada y la mayoría de la electricidad provenía del carbón. Cuando Argentina decidió, en 2004, restringir las exportaciones de gas natural debido a la escasez doméstica, los precios se dispararon.
La minería, intensiva en energía y un sector clave de la economía chilena, parecía especialmente vulnerable. Los abundantes recursos renovables (solar en el desierto del norte, viento a lo largo de la extensa costa) ofrecían un camino diferente. Es así como una ley de 2008 dio inicio al desarrollo de nuevas fuentes energéticas.
Los esfuerzos se tradujeron en un mercado donde las energías renovables podrían competir plenamente con la energía convencional, logrando una amplia expansión de la capacidad de energía eólica y solar, financiada principalmente por el sector privado.
Según cifras de fDi Markets, Chile ha sido el país receptor de más de 260 proyectos verdes con capitales extranjeros desde 2003, la mayoría en energía renovable. En los últimos años, la atención se ha centrado en industrias como el hidrógeno verde, cuya producción requiere de capacidad eléctrica renovable, dando una importante ventaja a Chile.
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